¡Amen!

En el injusto reparto que hemos heredado de los recursos del planeta -que en realidad no es que nos pertenezcan a todas sino que no nos pertenecen a ninguna-, nos encontramos con el claro ejemplo del terrateniente que, gracias a las leyes dictadas por ellos mismos, bajo la bandera de la propiedad privada de los recursos y con el férreo monopolio del uso de la violencia detentado por el estado, se han convertido en parte de la élite que nos domina y gobierna.

En claro contraste nos encontramos con las desposeídas, aquellas a quienes no les tocó ni las migajas del pastel y a quienes apartamos de la vista para no sentir vergüenza, que en realidad hemos disfrazado de asco, es decir, de miedo. Miedo a que nos demos cuenta, a que despertemos y terminemos, cual hordas de zombies, devorando al hombre blanco que sin darnos ni cuenta nos tiene encadenadas de la forma más sutil y poderosa que jamás haya existido: la iglesia o la política palidecen a su lado.

Si antes la esclavitud estaba asociada al símbolo de los grilletes, hoy día estos han sido sustituidos por unos dispositivos digitales que portamos en nuestras manos para el lavado de nuestras cabezas, que nos ofrecen distracción hasta la muerte e impiden que el esclavo se revele haciéndonos dormir en un opiáceo letargo.

Otra de las grandes estrategias de la élite para conseguir esta aparente calma, esta sumisión plácida, consiste en hacernos creer seres independientes, que no necesitamos personas que cultiven, otras que nos alimenten, otras que nos sanen u otras que nos eduquen en valores y entre tanto relacionarnos entre nosotras. No. Tan sólo necesitamos dinero para poder conseguir todo eso y en abundancia. Nuestra manera de relacionarnos con el resto de seres a los cuales necesitamos para poder suplir todas nuestras carencias -como el resto necesita de nuestro trabajo-, es el dinero, un intermediario que no nos pertenece a nosotras sino que es propiedad de la élite y que nos presta por un módico interés.

La única forma posible de cambio es entender que Amén no es lo mismo que ¡Amen!

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